Gris casi negro by Natasia Blanco

Gris casi negro by Natasia Blanco

autor:Natasia Blanco
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico
publicado: 2013-10-22T22:00:00+00:00


Otra escena de sexo, que ya toca

A las seis, Marco me vino a recoger al edificio administrativo, tan elegante, misterioso y guapo como de costumbre. Llevaba una bolsa del Corte Inglés sonriente. Él, no la bolsa; ni el Corte Inglés.

—Oh, no tenías que haberte molestado. ¿Qué es? —pregunté, curiosa, una vez me acomodé en el coche, que tenía por todos los lados el dibujo de un caballito rampante.

—Es un champú a la ortiga. Bueno, dos, uno es para mí —respondió, con esa voz tan viril y tan masculina a la vez.

Temblé de pies a cabeza. Era increíble como Marco podía adivinar mis necesidades más íntimas y ocultas solo con mirarme.

—¡Era justo lo que quería! ¡Gracias!

Le besé en los labios. Y también en la boca.

Un terremoto súbito desencadenó un tsunami de fluidos en mi entrepierna. Fue como un rayo que me atravesara de parte a parte; un huracán de deseo insoportable que barría mis temores hacia sus gustos pervertidos al tiempo que la granizada golpeaba mi alma y la hacía niebla en un soplo de viento tormentoso. Ni un volcán en erupción habría estado tan caliente.

—Nena... —susurró él, aún con la lengua entre mis dientes. Me miraba con sus ojos, con qué si no—. Quiero hacértelo. Me vuelves loco.

—¿Entonces no tomaremos chocolate con churros?

—Si quieres un buen churro lo tendrás, nena.

—¿Y el chocolate?

—Psssssss.

Oh, Dios, Marco derrochaba erotismo por los cinco costados. De pronto, las ventanas del coche se habían empañado. Me sobraba la ropa dentro de aquel horno de pasión y olor a sexo concentrado. Me recordó a cuando, de niña, Angustias me invitó a la sauna finlandesa de su madre con su tío y su primo de veinte años.

Mientras mi lengua exploraba la caverna de su boca y tropezaba con estalactitas y estalagmitas, mi mano buscaba donde agarrar. De repente, noté su dureza. Era enorme, mucho más de cómo la recordaba. Froté y froté, entretanto él dejaba huellas de sus manos en los cristales, escribía mi nombre y dibujaba un corazón.

—Nena, deja el freno de mano y tócame aquí —me dijo, guiándome hacia su bragueta abierta.

Uy, ya me parecía a mí que era muy grande. Obedecí, loca de amor y deseo, aunque tenía que retorcerme mucho en aquel reducido habitáculo para alcanzar mis objetivos.

—Tal vez estarías más cómoda si te soltaras el cinturón de seguridad —jadeó él, que también se retorcía en posturas muy extrañas, como las que mostraba ese libro chino o hindú tan raro y aburrido que leía mi madre todas las noches.

Traté de moverme, y me di con la cabeza en el techo. No sabía cómo podría quitarme los pantalones en aquella tesitura. ¡Era físicamente imposible! Al tratar de bajármelos, me dio un tirón en el hombro, y me golpeé la cadera con el salpicadero.

—Cuidado, nena —me dijo Marco, amoroso—. No vayas a romper algo.

Entonces vi que sacaba del bolsillo del abrigo un clip metálico como de tres centímetros. Me estremecí de miedo, ansiedad y deseo. ¡Un clip! Era algo tan obsceno que hasta se me nubló la vista de pensarlo.



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